jueves, 7 de mayo de 2015

El agente secreto, de Joseph Conrad


A comienzos del siglo XX, un frustrado atentado anarquista contra el observatorio de Greenwich, que acabó con la vida del terrorista y prácticamente no llegó ni a dañar el muro del edificio, sirvió a Joseph Conrad como excusa para escribir este "relato sencillo" del siglo XIX, en palabras del mismo Conrad.

En el prefacio del libro podemos asistir al relato por el propio autor del proceso que culminó con la novela, que siguió directamente a "Nostromo" y "El Espejo del mar". Unas páginas absolutamente maestras, en las que describe el proceso que le ha llevado a la creación de la obra: "y entonces se produjo en mí mente lo que un estudioso de química entendería mejor por la analogía de la adición de una gota minúscula, la adecuada, que precipita el proceso de cristalización en una probeta que contiene alguna solución incolora. Fue para mí al comienzo un cambio mental, que removió una imaginación en calma...".

Al final de ese proceso creador, y con los retazos que él mismo relata cómo va encontrando, Conrad construye una historia en la que mezcla de un lado una reflexión sobre los idearios , los móviles y la propia estupidez de la violencia (el atentado es, en sí, un acto supremo chapuza) y de otra, y sobre todo, una reflexión sobre algunos aspectos de la sociedad inglesa de su época (probablemente válida para todas las sociedades y todas las épocas).

La última parte de la novela es impagable, y acaba transformando una novela que empezó como de intriga política en un retrato angustioso del vacío, la frustración y la miseria humana, de la mano del personaje de la señora Verloc (la abnegada esposa de nuestro agente) . Y todo contado por alguien que es capaz de introducir la noche de Londres diciendo que “El frutero de la esquina había apagado la gloria resplandeciente de sus naranjas y limones”.